Agradecido
Primero, a lo lejos, después en la cuneta, la nieve caída el día anterior nos daba la bienvenida. En la capital estos rastros habían desaparecido. No así el frío y la amenaza de lluvia.
La llegada fue difícil. Tras pasar por el control de autobuses del Campo de las Naciones, donde dieron instrucciones a los conductores del autobús, nos apeamos en la plaza de los delfines (punto de partida de la manifestación) sin conocer el lugar donde debíamos coger el autobús de vuelta. Sólo teníamos el número de teléfono de uno de los conductores y la confirmación de que el autobús estaría estacionado al final de la manifestación. Eran las tres y media de la tarde.
Éramos los primeros. Mientras dábamos cuenta del bocadillo, visitamos los tenderetes que la AVT había instalado en la plaza y fuimos a tomar café.
El esfuerzo ya había merecido la pena. Conocí a Félix, un buen hombre y un buen demócrata y a algunos indignados más. Me había reencontrado con mis amigos Mabel, José Manuel y Juan Ignacio, personas comprometidas con la verdad e indignadas con las fechorías, el sectarismo y liberticidio del desgobierno zapateril.
Allí estábamos con un café caliente en las manos intentando entender las razones que han llevado a zETApé a dejar abandonadas a las víctimas.
Antes del advenimiento del infausto Solemne, a ninguno nos interesaba la política, cumplíamos con nuestro derecho democrático al llegar las elecciones, y hasta las siguientes “santaspascuas”. Estoy convencido que este no es un hecho aislado y que Rodríguez está provocando que la sociedad española busque soluciones a un fenómeno que vino precedido por el talante y ha resultado ser un fiasco.
Cuando nos sumamos a la manifestación, la situación había cambiado. La soledad de las tres había dado paso a los ríos de gentes de bien, bandera en mano, que fluían de las bocas de metro a las cinco de la tarde.
Éramos muchos. El frío, la lluvia incesante, el cansancio, la incomodidad, no habían sido excusa para que decenas de miles estuviéramos allí dando testimonio y arropando a tantos inocentes.
No quiero entrar a valorar si los que nos calamos hasta los huesos fuimos un millón cuatrocientos mil (según la policía municipal) o casi dos millones (según los organizadores). Lo que puedo asegurar es que de allí no se movió nadie. Y que si el tiempo hubiese acompañado se habría doblado el número de indignados en la calle.
El ejemplo lo pusieron los ancianos, que ayer se arriesgaron a contraer una enfermedad para que el delegado del gobierno estimase en 110.000 los mojados. De ahí que, cada vez que sobrevolaba un helicóptero o pasábamos ante una cámara de televisión, recelosos por manipulaciones anteriores, se corease: “luego – diréis - que somos cinco o seis”
Y llovía, llovía y se cantaba “opa, opa, opa, opa”, “Montilla - nos roba las bombillas” “Montilla – Zapatero - se quedan con el dinero”, cada vez que el alumbrado urbano, supongo que por efecto de la lluvia, dejaba de iluminar la indignación de la sociedad española.
Se coreaba “Za-pa-tero - vete con tu abuelo”, además de los ya clásicos “Zapatero dimisión”, “Zapatero embustero” o “España - merece - otro presidente”.
Cuando la rabia subía de tono se oía: “Todos a una, puta Batasuna”, “Otegi. Cabrón, púdrete en prisión” o “Eta y zETApé, la misma mierda es”
Las lágrimas pugnaban por abrirse camino cuando alguien gritaba al cielo de Madrid, al cielo de España: “No estamos todos, faltan más de mil”
Gracias a estos héroes por su sacrificio. No están solos, estarán en nuestra memoria por más que Rodríguez se empeñe.
Ah, se me olvidaba. Gracias a Inma y Pepe por la bufanda y los guantes.
POR TODOS, POR ELLOS, EN MI NOMBRE NO.
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